Los posibles impactos de una devaluación para la ganadería
La desvalorización del peso sólo beneficiaría, y por poco tiempo, a los productores. Para los exportadores, sería más favorable una quita de retenciones y devolución de impuestos...
Con respecto a un año atrás, se observa una mejora de entre el nueve y el 12 por ciento en el precio de la hacienda, y sobresale la suba del ternero (15 por ciento) y del novillo (13 por ciento), muy buscado por supermercados, troceos y hasta exportadores.
Septiembre comienza con una oferta muy complicada por la falta de caminos, pese a que hace días que no llueve. En agosto, la faena aumentó seis por ciento respecto a igual mes del año pasado, pese al diluvio y a los paros agropecuarios. Se afianza la caída en la participación de las hembras: en agosto fue de sólo el 40 por ciento.
En cuanto a la exportación, en enero-julio los embarques se ubicaron 22 por ciento por encima del año pasado, dejando atrás los mínimos históricos y apuntando a un total anual de 245.000 toneladas.
Mirando al dólar
¿Cuáles pueden ser las consecuencias de una devaluación para el sector ganadero? La experiencia de la última desvalorización del peso (noviembre 2013-enero 2014) indica que la misma pasa a los costos en una alta proporción: semillas, agroquímicos, fertilizantes, combustibles, fletes, etc. Otros costos o insumos, como los sueldos, los impuestos inmobiliarios o los gastos de estructura, tardan algunos meses pero recuperan finalmente el terreno perdido. Desde el punto de vista de los costos, unas dos terceras partes de la devaluación se traslada de manera más o menos inmediata, y el tercio restante, en un contexto inflacionario, pasa a los costos después de cuatro a seis meses.
Para los exportadores, una devaluación puede ser contraproducente si, como sucedió en el ciclo 2013/2014, la presión que se ejerce sobre el mercado de hacienda en pie, al tener un mayor poder de compra, termina desatando la competencia con el consumo que una vez “provocado” puede hacer subir los precios de (toda) la hacienda, inclusive por encima de la magnitud original de la devaluación.
Esto ya pasó en el 2014. Para un exportador, hoy, puede ser preferible la quita de retenciones y la devolución inmediata de los impuestos internos a una devaluación generalizada que, en pocas semanas, hará subir la hacienda, los salarios y la energía, ubicándose al poco tiempo igual o peor que en el punto de partida.
En un contexto de oferta ganadera ajustada, que sólo alcanza para consumir 60 kilogramos per cápita y exportar un volumen muy pobre, y de un faltante inédito de novillos (la categoría por excelencia de exportación), todo indica que una devaluación pasaría -probablemente en su totalidad- al precio de la hacienda, beneficiando por un tiempo al ganadero.
Consumo y criadores
Desde el punto de vista del consumo interno, que va a ser por mucho tiempo no menos de entre el 85 y 90 por ciento de la demanda total, una devaluación, si es exitosa, puede significar en el corto plazo una caída importante en el salario real. Además, va a tardar mucho tiempo en que el sector exportador, aún estimulado por una devaluación, represente más del 15 o 20 por ciento de la demanda total, lo cual significaría embarcar entre 400 y 540 mil toneladas anuales.
Para los criadores, cuyos costos están menos expuestos a una devaluación que una explotación de ciclo completo o de invernada, especialmente si ésta es intensiva, puede afectarlos negativamente por la menor rentabilidad del feedlot y de la conversión de grano a carne, y porque podría traer un encarecimiento del maíz, sea por la misma devaluación o por la quita o reducción de retenciones. Gran parte del excepcional sobreprecio que hoy tiene el ternero en relación al gordo, se lo debe al bajísimo precio del maíz.
FUENTE: Ignacio Iriarte - La Voz del Interior