La normalización del cuero y el cuco de la quiebra
Es muy frustrante ver que en la Argentina aún mantenemos debates que atrasan 50 años.
En efecto, a pocos años del cincuentenario de la prohibición de exportar cueros salados y wet-blue (el primer paso en la industrialización del cuero), un reciente compromiso del Gobierno para desgravar las exportaciones de ambos productos, en coincidencia con el tratamiento dado a la mayoría de los productos, ha desempolvado argumentos fatalistas sobre el futuro de la industria curtidora y de manufacturas de llevarse a cabo tal decisión política.
Muy brevemente, a principios de los años 70, la Argentina prohibió la exportación de una serie de materias primas en defensa de los sectores que continuaban la cadena de industrialización (ganado en pie, cuero sin curtir, grasas animales, etc.) en un contexto en que este tipo de medidas era común en el mundo, destacándose entre países en desarrollo y de economías centralizadas.
La mayoría de estas prohibiciones fueron desapareciendo, especialmente durante la desregulación de la década de los noventa. La del cuero logró salir indemne de todos esos procesos, reemplazándose la prohibición lisa y llana por derechos de exportación y mecanismos para su cálculo que los multiplicaban varias veces y que han hecho imposible la competencia entre la demanda interna de las curtiembres y la externa.
Diversos estudios demuestran que esto ha significado una transferencia desde los sectores ganadero, frigorífico y de consumidores de carne hacia la industria curtidora de unos 100 millones de dólares por año, habiéndose acumulado en este medio siglo un monto multimillonario. Esta transferencia se ha materializado por medio de un precio interno del cuero fresco inferior al del resto del mundo, provocado por las restricciones para exportar.
Este subsidio decidido por el Estado pero financiado por terceros ajenos no ha logrado ninguno de sus objetivos: ni se desarrolló una industria “naciente”, aunque ya tenía dos siglos de historia cuando se protegió, ni la industria marroquinera se vio favorecida por precios de cuero curtido más bajos que los internacionales, potenciando sus ventas al exterior.
La composición de las exportaciones de cueros curtidos, entre semiterminados y terminados, es parecida a la de décadas atrás.
Los defensores del actual esquema amenazan con una supuesta quiebra generalizada del sector curtidor y marroquinero, y su consiguiente pérdida de empleo, y una “reprimarización” de las exportaciones.
Tiene que quedar en claro que la prometida desgravación no provocará ni una ni otra. Lo que sucederá es que el precio doméstico de los cueros frescos se acercará más a los que rigen en el mundo, evitándoles el mercado cautivo, y que la industria curtidora seguirá trabajando con costos de la materia prima más alineados con el resto de los países, que inclusive muchas veces no son ganaderos. Pero no se van a exportar más cueros frescos; como no se exportó más ganado en pie tras la derogación de la prohibición.
El sector curtidor enfrenta dos problemas: la competencia con los productos sintéticos, resultado de avances tecnológicos, en que la Argentina no es aún un país muy competitivo, compartiendo esto último con el resto de los productores de bienes y de servicios.
Pero uno y otro problema deben ser enfrentados con políticas públicas ponderadas y no por el mero expediente de pasarle el fardo a un sector bien delimitado de contribuyentes argentinos que ya tienen sus propios problemas.
FUENTE: Miguel Gorelik - Valor Carne