Sunday, 15 February 2015

Ganadería: en busca del negocio perdido

Ganadería: en busca del negocio perdido

El complejo de producción cárnica santafesino es uno de los más importantes del país. Una actividad cruzada por los conflictos políticos.

En la última edición de ese emporio de genética bovina que es La Rural, el récord de precios se lo llevó una ternera Brangus colorada de once meses: $ 640.000. Los pagó una empresa paraguaya. Para los conocedores del negocio, no es extraño. En los remates de razas con cruza cebuina que se hacen en las provincias del Norte, la puja de los paraguayos también viene recalentando los precios.

Sucede que Paraguay viene a comprar animales de buena genética para producción de carne, porque, partiendo de casi nada, ha encarado la exportación de bifes como una política de Estado. Y mal no le va.

La Argentina se vanaglorió mucho tiempo de que los europeos enloquecían con el bife criollo. La carne argentina se hizo famosa en el mundo gracias a una especialización en genética que despuntó alrededor de 1830, cuando el inglés trajo al toro británico Tarquino, de la raza Shorthorn, hoy homenajeado en la etiqueta del whisky Criadores.

Con Tarquino y los que vinieron después, más la introducción del alambre a mediados de siglo, se fueron pudiendo hacer los mestizajes que hicieron la excelencia genética del rodeo nacional. Ese desarrollo ganadero fue encauzado entre las décadas de 1880 y 1910 con la instalación de grandes industrias frigoríficas, primero británicas y luego estadounidenses.

Muchos años la Argentina fue el primer exportador mundial de carne, y salvo alguna cuestión coyuntural, siempre estuvo en los primeros puestos. Por eso llamó la atención cuando Brasil, lindando el paso al siglo XXI, nos superó en exportaciones con su supuesta carne de morondanga. La devaluación del real, su rodeo gigante y un gran trabajo en el cuidado de los productos y de posicionamiento de marketing habían dado sus resultados. Brasil es hoy el primer exportador mundial.

A mediados de la década pasada, también nos pasó Uruguay, que es apenas más grande que la provincia de Córdoba. Pero cuando nos superó Paraguay ya sonó a colmo: el país no tenía un desarrollo ganadero importante, ni genética, ni clima templado, ni salida al mar, ni infraestructura.

Autoboicot. Mientras los vecinos entraban o se mantenían en el top ten mundial de exportación de carne, la Argentina casi se suicidó en este negocio. Tenía la fama, los clientes en Europa y muchos otros destinos, las plantas, la comercialización, además de unos animales espectaculares.

En números gruesos, en 2005, la Argentina exportó unas 750.000 toneladas de carne. Brasil despachaba dos veces y media esa cantidad, Uruguay la mitad y Paraguay una cuarta parte. En 2014, la Argentina habría exportado unas 200.000 toneladas: un 10 por ciento de las de Brasil y casi la mitad que Uruguay y Paraguay.

Las exportaciones de 2005 habían sido altas, pero la hacienda no se recuperaba a la par, luego del puré de carne que había provocado la reaparición de la aftosa en 2001, con el cierre de todos los mercados externos. Se encarecía la carne en el mostrador y todavía no nos habíamos acostumbrado tanto al pollo. El presidente Néstor Kirchner temió perder popularidad y que el precio de los bifes le moviera el índice de inflación de un Indec todavía no intervenido.

Afecto al control, el gobierno puso en marcha una cantidad de medidas que, como siempre, terminó pagando el productor: subió las retenciones a la exportación de 5 a 15 por ciento; prohibió las exportaciones de un día para el otro en marzo de 2006, a metros del Mundial de Alemania, el principal cliente europeo; inventó los "encajes", una relación entre lo que se podía exportar según lo que se tenía en las cámaras para el mercado interno; tardó largos meses en repartir la cuota Hilton, lo más rentable del negocio, y ya nunca más se completó el cupo anual; inventó permisos de exportación bautizados ROEs, entre otras medidas. De muchas fue artífice Guillermo Moreno, en una especie de cruzada contra una oligarquía ganadera concebida como en el siglo XIX.

A la corta, fue eficaz: el valor de la hacienda cayó fuerte y con ello, la rentabilidad del ganadero. El conflicto por la 125 en 2008, con sus venganzas y cortes de ruta, junto con la descomunal sequía que se extendió al año siguiente, terminaron de destrozar el valor de los animales.

Sin horizonte de mejora, comenzó una nueva liquidación de stocks. Se mandaban al matadero vacas buenas, muchas de ellas preñadas, que es como matar la gallina de los huevos de oro, y también animales muy jóvenes, con el enorme desperdicio de valor que significa. La proliferación de "compensaciones" para los feedlot, otorgadas por la disuelta Oncca, colaboró en ese desguace.

La Argentina comió y exportó muchísima carne en 2009, por esas malas razones. Enseguida empezaron a verse las consecuencias. Según el Senasa, de 2008 a 2011 el stock vacuno nacional perdió 9,6 millones de cabezas, un 20 por ciento. Ya en 2010 esa escasez disparó los precios en el mostrador y derrumbó las exportaciones.

Frigoríficos. Semejante cantidad de animales menos significó frigoríficos de sobra. Más de un centenar de plantas cerró, de las que unas 35 eran de tamaño consiedarable. Entre 10.000 y 15.000 empleados directos quedaron cesantes, y de los que siguieron muchos pasaron al sistema de garantía horaria, en el sector que era uno de los principales empleadores del sector industrial.

Por otra parte, hay un tema del que se habla menos: "Es relevante el impacto de la precarización del trabajo, porque los exportadores, representados por las 25 plantas que tienen actividad permanente, a los que habría que agregar otras 8 con trabajo semi-permanente, ocupan unos 15.000 trabajadores, representando el 60 por ciento del empleo formal, mientras que faenan unas 300.000 cabezas/mes, o sea, un poco menos del 30 por ciento del total, lo que demuestra el impacto sobre el empleo", indicó el especialista Germán Manzano, de la consultora Cofrigo.

Esa misma escasez de animales disparó los precios de la hacienda y recuperó con creces la rentabilidad para los que quedaron. Pero la inflación se fue engullendo los márgenes lentamente.

La actualidad. De hace un par de años para acá, el problema no es tanto obtener ROEs sino el propio encarecimiento. La inflación elevó los costos, y la crisis económica europea restó demanda, a la vez que hay más candidatos a satisfacerla, empezando por los países vecinos.

Dicho de otro modo, empezó a convenir dejar la nalga en el país para milanesa que exportarla para bressaola a una paquetísima firma italiana.

El mercado interno pasó a acaparar alrededor del 93 por ciento de la carne producida, cuando solía quedarse el 85 por ciento. La Argentina es poco competitiva en el exterior.

El año pasado fue movido: comenzó, en lo político, con la ausencia de Moreno, y en lo económico, con una devaluación de casi 20 por ciento. La cuota Hilton se afirmó hasta pasar los u$s 19.000 por tonelada, y Rusia se peleó con medio mundo y vino a comprar carne con premura. Los feedlots estaban chochos con la caída del precio de los granos, que aplastaba sus costos, y con el ingreso a la esperada cuota 481 de la UE para animales engordados a granos, que no paga ni siquiera el arancel del 20 por ciento de la Hilton.

Y de pronto, se nubló: la inflación volvió a ganarle a la devaluación y desaparecieron las esperanzas de un nuevo retoque cambiario. Los alemanes empezaron a retacear: de los u$s 19.300 que pagaban el lomo, el cuadril y el bife angosto Hilton en mayo, bajaron a u$s 14.000 en noviembre. Rusia devaluó y empezó a rebotar contenedores de carne en puerto o a renegociarlos a la baja. Brasil devaluó y complicó los envíos de picanha. El precio del cuero se estropeó y cayó el de las achuras. El consumo interno se resintió y pasó de 63 kilos per cápita anuales en 2013 a unos 60 kilos.

FUENTE: La Capital

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