Skip to main content

Aquella ola pasajera… y la Segunda Revolución de las Pampas

Estamos viendo y viviendo las profundas transformaciones de la Segunda Revolución de las Pampas. Y vale remarcar un par de cosas en las que, por otro lado, fuimos protagonistas.

Cuando a comienzos de los ’90, treinta y cinco años atrás, se venía la revolución de la siembra directa y un aluvión de tecnología agrícola: la soja RR, además con ciclos más cortos, los híbridos simples de maíz, los trigos de la generación Baguette.

Frente a este panorama, entraba en crisis el modelo tradicional de “grassland farming”, la rotación de agricultura con ganadería. Tres a cinco años de cultivos y luego un período de descanso con praderas de alfalfa. Imaginábamos que con la directa y el nuevo arsenal agrícola, iríamos rápidamente a un sistema de agricultura continua. El aprendizaje sobre nutrición de cultivos y el control de malezas habilitaban un sistema sustentable, donde ya no sería necesaria la “regeneración” que antes prometía la fase ganadera.

Hubo mucha polémica, pero como dice Jorge Castro, la realidad siempre se subleva. Hubo una gigantesca transferencia de tierras ganaderas a la agricultura. Unas 10 millones de hectáreas, lo que explica la mitad del aumento de la producción agrícola. Conviene recordar que a mediados de los ’90 producíamos 50 millones de toneladas. Hoy estamos en las 150. La mitad de ese crecimiento se explica por el agregado de tierras a la agricultura (10 millones de hectáreas). La otra mitad, por aumento de los rindes fruto de la nueva tecnología. Que además convirtió a la Argentina en el país más eficiente del mundo en uso de los recursos.

Nadie produce tanto por milímetro de agua caída durante el ciclo del cultivo. Recuperamos la fertilidad física y biológica de los suelos, incrementando año tras año el uso de abonos, en particular en maíz y trigo, no tanto en soja. Logramos hacer agricultura regenerativa sin asumir el lucro cesante.

Pero el verdadero milagro fue que se pudo sostener el stock ganadero, tanto en vacas de carne como lecheras. Hubo varios fenómenos asociados. Por un lado, el crecimiento de la cría en zonas extrapampeanas, a partir de las razas sintéticas. Brangus, Braford, Brahman, y otras por ahora menores como Bonsmara. Para ello se echó mano a nuevas pasturas, con especies de altísima productividad y mucha inteligencia aplicada al manejo.

Y en la pampa húmeda, se abrió paso vertiginosamente el engorde a corral. Hubo mucha polémica en el arranque. Recuerdo que en mi breve paso por el INTA (1994), me resultó muy difícil hacer comprender que entrábamos en una nueva era, asimilable a lo que había ocurrido muchos años antes en los Estados Unidos. Muchos productores viajaban al corn belt a buscar tecnología y venían cada vez más embalados con el feedlot.

“Es una moda pasajera”, decían casi todos los popes de la ganadería tradicional. “Mmmmm…” pensaba por dentro. La ola venía muy fuerte y fue como un tsunami. Era imposible competir, con engordes de 300 kg por hectárea y por año, con una soja de 3.500 kilos, o un trigo de 4 toneladas seguida por una soja de segunda de 2,5 a 3 toneladas. Y mucho menos con un maíz de 100 quintales, que convertidos en carne son 1.500 kg por hectárea.

Bueno, sucedió. Hoy la mayor parte del ganado se termina a corral. Y hasta en la zona de cría tradicional de la cuenca del Salado irrumpió la agricultura de la directa y con ella el corral. Ya volveremos sobre esto con casos alucinantes, como el de la estancia San Miguel en General Guido, al mando de Francisco García Mansilla.

En este camino, se sumaron muchas nuevas tecnologías. El silo de maíz fue una de las llaves maestras, tambo y engorde. Se armó un sistema de contratistas único a nivel mundial. Tanto, que alguno de ellos (Patricio Aguirre Saravia) se internacionalizó y brinda servicios en las zonas más avanzadas de los Estados Unidos. En la Argentina están las máquinas más potentes y sofisticadas del mundo. Se pican por año casi dos millones de hectáreas de maíz.

Llegó el mixer, el embolsado de forrajes con las embutidores, incluso automotrices de fabricación nacional. Y salimos de la esclavitud del pasto de cada día. Antes se hablaba de “reserva forrajera”, que consistía en hacer algún rollo de cualquier cosa para zafar de la falta de pasto estacional o alguna crisis climática. Con todo esto, las vacas encerradas fueron más libres…

Así que si hoy comemos carne y tomamos leche, y además exportamos, es porque aquí hubo magia. Se llama tecnología, intensificación inteligente. Lo que era una moda pasajera se convirtió en una tabla de salvación. Pasamos de aquella “ganadería para la agricultura” del grassland farming, a un modelo de agricultura para la ganadería. La vaca le agrega valor al maíz, que cada vez más sale al mundo en cuatro patas.

FUENTE: Héctor Huergo – Clarín Rural